El colegio privado y la universidad pública. Lo difícil de encajar y ser fiel a uno mismo
Estudié en un colegio privado de mucho renombre en el Estado de México. Doce años pasé en un sitio donde nunca encajé ni me sentí cómoda. Con el paso de los años y siendo una niña, te vas adaptando al medio, mas no quiere decir que mi ser más profundo haya sido engañado. La categoría de “gente bien” nunca me ha quedado. Prefiero la de “gente que hace el bien a los demás” pero en su momento todo esto fue confuso y la sociedad en la que estaba inmersa no dejaba mucha opción. Vivía entre semana en el colegio gran parte del día y los fines de semana y vacaciones, me transformaba en mi verdadera esencia. Íbamos a los bosques de pino a pasar el fin de semana. Cabalgábamos y paseábamos con los perros sin que los adultos merodearan mucho. En el bosque me sentía plena y podía ser yo.
En vacaciones nos íbamos al pueblo (ahora ciudad) de Orizaba o nos ibamos con mi tío policia (guicho) al sitio donde estuviese residiendo y la pasábamos bomba en los ríos helados nadando, en el mar, jugando a la comidita con las plantas tropicales que crecían por todos lados.
El paso a la universidad fue el primer punto de inflexión de mi vida. Pasé muchos años aparentando ser una, pero en la universidad fui yo, lejos de la casa, lejos de los ojos de los padres, lejos de los códigos de la escuela privada y muy pero muy cerca de la naturaleza. Y hablar de Xalapa es toda una historia, pero se resume en haber sido el sitio que me vio nacer por segunda vez. Es el sitio donde confieren valles nublados, el hermoso Pico nevado del Citlaltepetl, la montaña del Cofre de Perote, los ríos raudalosos como el pescados, La Atenas Veracruzana, El hito en la cultura y proyectos alternativos. Xalapa es y será (a pesar de toda la violencia y el desencanto actual), una olla llena de vida, cultura y amor.
Xalapa me enseñó a servir y a trabajar, a ser incluyente, a valorar la humildad y la sabiduría de la gente del campo, A RESPETAR todas las expresiones de género, y a disfrutar de todas las expresiones artísticas. La mayoría de mis compañeros, provenían de pueblos pequeños, de padres sencillos. Trabajé como unos 6 años en un café-centro cultural (Tierra Luna) que se volvió mi hogar también. Toda la familia “Tierra Luna” me acogió de verdad. Con ellos pasé mañanas, tardes y noches, no solo trabajando, sino paseando Veracruz, viendo películas hasta tarde, teniendo almuerzos de domingo familiar y bailando salsa. Ahora pienso que si mi juventud la hubiese pasado sola sin ellos, en verdad yo no estaría aquí, narrándoles esto. Probablemente estaría inmersa en la oscuridad de las drogas o en el vicio de las malas relaciones. Siempre tener una familia amorosa cerca (independientemente de cómo esté conformada) donde escampar cuando las cosas no salen tan bien, será una bendición y definitivamente un salvavidas. Les estoy eternamente agradecida.
